La danza de los Voladores de Papantla, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es un ritual con más de 700 años de antigüedad y raíces totonacas. Esta ceremonia está vinculada a la fertilidad y la naturaleza.
Según la UNESCO, el ritual de los Voladores de Papantla está asociado a los totonacas de Veracruz. Su origen data del 1300 d.C., cuando una leyenda narra que una fuerte sequía llevó a un sabio a encomendar a cuatro jóvenes cortar el árbol más alto para pedir lluvias a los dioses.
Héctor Manuel Enríquez Andrade, investigador del INAH, explica en su libro sobre las danzas totonacas que antiguamente los ancianos identificaban a los futuros danzantes en sus comunidades. Hoy en día, esta tarea recae en los caporales, quienes desde la cima del palo de danza, seleccionan a los niños con predisposición especial, a veces detectada en sueños.
Para convertirse en un Volador, se requiere una gran preparación física y un fuerte compromiso con la comunidad y los santos patronos. La danza es peligrosa y exige un alto nivel de destreza y dedicación.
En Papantla, los danzantes gozan de un estatus especial, reflejado en los ritos funerarios y la creencia en un destino privilegiado tras la muerte, compartido con otros oficios sagrados, en un lugar de fiesta eterna.
El vestuario del ritual incluye adornos de chaquira y espiguilla, y el color rojo simboliza la sangre de los danzantes fallecidos y la calidez del sol. Durante la danza, el caporal se alza en la cima del mástil, señalando los cuatro puntos cardinales y tocando melodías con flauta y tambor.
Cuatro jóvenes descienden de un tronco de 18 a 40 metros, atados por cuerdas que se desenrollan mientras giran, imitando el vuelo de los pájaros. Este descenso forma la pirámide del Tajín en trece vueltas, representando las 52 semanas del año totonaca.
Además de los Voladores de Papantla, el ritual es practicado por otros grupos étnicos como los Teenek, Nahuas, Nañhus y Mayas, e incluso se realiza en algunas regiones de Centroamérica.
La danza de los Voladores de Papantla es, sin duda alguna, un símbolo vivo del patrimonio cultural prehispánico y nos recuerda la rica tradición indígena que persiste en México, a pesar del inclemente paso del tiempo.