En la última década, el escenario político de México ha experimentado una transformación radical, dejando atrás la larga era del Partido Revolucionario Institucional (PRI) para dar paso al auge de Morena, el partido liderado por Andrés Manuel López Obrador.
Desde su fundación en 2014, Morena ha escalado rápidamente a la cima del poder político, logrando una victoria resonante en las elecciones presidenciales y legislativas de 2018. Hoy, Morena se enorgullece de gobernar 21 de los 32 estados, marcando un dominio impresionante sobre el mapa electoral.
El PRI, por su parte, ha visto mermar su influencia, pasando de ser la fuerza indiscutible en la política mexicana a ocupar un papel secundario. Este declive se evidenció claramente en 2023, cuando el partido perdió el Estado de México, uno de sus últimos bastiones, aunque logró mantener el control de Coahuila.
La emergencia de Morena ha sido alimentada por una serie de derrotas significativas del PRI, especialmente en 2016 cuando perdió siete gobernaciones. Morena, por otro lado, ha capitalizado su mensaje de cambio, ganando no solo la presidencia sino también una mayoría parlamentaria y una amplia gama de gobiernos estatales desde entonces.
La expansión de Morena ha sido notoria, especialmente en 2021, cuando se apoderó de 11 gobernaciones en elecciones intermedias, muchas de las cuales eran controladas anteriormente por el PRI, PAN y PRD.
El mapa político actual revela que Morena y sus aliados controlan ahora más del 70% de los estados, un testimonio de su atractivo y de su capacidad para conectar con una amplia sección del electorado mexicano. En contraste, la oposición, fragmentada entre varios partidos, lucha por recuperar terreno y replantear su estrategia frente a un electorado que claramente favorece el cambio.
Este cambio de poder no solo refleja las dinámicas internas de México sino también un fenómeno nacional de descontento con el status quo y la búsqueda de nuevas alternativas. El ascenso de Morena simboliza una era de reconfiguración política, donde la promesa de transformación y la respuesta a las demandas sociales pesan más en la balanza electoral que la tradición y la historia partidista.
