La llegada del Año Nuevo es un evento celebrado con entusiasmo en muchas culturas, pero su origen y fecha varían ampliamente. A lo largo de la historia, diversas civilizaciones han marcado el inicio del año de maneras únicas.
Los pueblos mesolíticos de Gran Bretaña seguían las fases de la luna, mientras que los antiguos egipcios se regían por el sol. Incluso los chinos combinaron ambos en su calendario lunisolar, aún vigente en la actualidad.
Los romanos, en su primer calendario de 10 meses, comenzaban el año en marzo, alineándolo con los ciclos agrícolas cruciales para su sociedad. Este marcaba el inicio de la temporada de siembra y cosecha, con los meses de invierno pasando desapercibidos en su calendario.
Con el paso del tiempo, reformas como las de Numa Pompilio agregaron días, creando enero y febrero. Sin embargo, fue Julio César quien en el 45 a.C. estableció el 1 de enero como el inicio del Año Nuevo en el calendario juliano, que prevaleció durante siglos.
No fue hasta 1582, con el Papa Gregorio XIII, que se implementaron ajustes en el calendario para mejorar su precisión astronómica. Surgió así el calendario gregoriano, con sus 365 días y el día bisiesto cada cuatro años, marcando el inicio del año nuevo el 1 de enero, una práctica extendida hoy en día.
Sin embargo, varias culturas aún celebran el nuevo año en diferentes momentos del año. El Nowruz persa, el Rosh Hashanah judío o el Año Nuevo chino son solo algunos ejemplos.
Desde las antiguas prácticas basadas en ciclos naturales hasta la unificación global en el calendario gregoriano, el Año Nuevo trasciende las fronteras temporales y geográficas.