Leonora Carrington, nacida en Inglaterra y naturalizada mexicana, dejó una huella indeleble en el mundo del arte, combinando sutilmente elementos de su vida personal con el surrealismo para crear una obra particularmente mágica. Creció rodeada de mitología celta, con su abuela y su nana narrándole historias de antiguas razas irlandesas, mitos que inevitablemente se verían reflejados en su obra. Desde su juventud, Carrington se negó a aceptar los designios arbitrarios de su padre: encontrar un esposo en la Corte Real de Jorge V, marcando el inicio de una vida de rebeldía (hacerle caso a su corazón) y devoción artística (un medio para expresar lo inexpresable).
La búsqueda de su destino comenzó una noche en Londres, específicamente una cena que la llevó a conocer y enamorarse de Max Ernst, definiendo su incursión en el surrealismo y vinculándola con figuras clave del movimiento, como Andre Bretón, padre del surrealismo, Salvador Dalí, Pablo Picasso y Luis Buñuel, quienes le otorgaron el papel (machista, a su consideración) de musa. Año con año, Leonora viajaba a París para compartir momentos a lado de Ernst, y juntos llenaron decenas de muros de criaturas fantásticas y sueños inalcanzables, pero la vida siempre se interpone entre lo que somos y lo que queremos ser, y la Segunda Guerra Mundial estalló. Ernst es encarcelado, y ella internada en un hospital psiquiátrico, pues hablamos de un tiempo y un espacio en el cual una mujer libre debía ser encerrada.
Habilidosamente, logró escapar de su enfermera y acudió a la embajada mexicana, donde se casó con Renato Leduc, un poeta y diplomático, para poder huir de las garras de su padre; poco tiempo después se divorciaron. Así, Carrington llega a México, país que la cobijó no solo a ella, sino a un maravilloso grupo de artistas e intelectuales exiliados, dadas las generosas políticas migratorias del presidente Lázaro Cárdenas. Un fatídico evento bélico en Europa la llevó a entablar amistades de por vida con Remedios Varo, Frida Kahlo, Diego Rivera, Carlos Fuentes y Octavio Paz; delicioso ambiente para desenvolverse. El tiempo hizo lo suyo y contrajo matrimonio con el fotógrafo Emerico Weisz, con quien tuvo dos hijos: Pablo y Gabriel.
En la década de los 70s, se unió al movimiento feminista en México y realizó la obra Mujeres conciencia, en la cual invierte el mito judeo-cristiano de la expulsión del Paraíso y pinta a dos mujeres compartiendo una manzana, rodeadas de una imponente serpiente; sin embargo, no hay Adán. Al crecer rodeada de cuatro hermanos, desde muy temprana edad constató las diferencias sociales que implicaban el haber nacido mujer en una época marcada por los valores victorianos. Se cuenta que incluso Ernst, su primer amor, pintaba sobre sus cuadros cuando se quedaba sin lienzos, pues la lógica cultural indicaba que valía más el arte de él que el de ella. Su padre, figura que debía protegerla de un mundo inclemente y flagelante, así como apoyarla en sus sueños más íntimos, le decía que el arte era una práctica de "homosexuales y drogadictos". De esa manera, Mujeres conciencia representa a Eva como la diosa Isis devolviendo la manzana al árbol, exigiendo que la historia sea reescrita y se destruya el estigma degradante impuesto desde el Génesis.
Leonora Carrington, después de una vida de alzar la voz, de exigir reivindicación, de instruirse y maravillarse ante la complejidad del mundo y sus realidades, fallece a los 94 años en la Ciudad de México el 25 de mayo de 2011. Su obra es un testimonio vivo de su profundo conocimiento del arte, de la alquimia, de la mitología, de la historia y del psicoanálisis, así como de los mundos infinitos que creó en aquella cabeza tan potente y que las mentes ordinarias solamente pudieron catalogar como desquiciada. Su legado va más allá de sus pinturas o sus esculturas, pues es una fuente de inspiración para aquellos que buscan trascender los límites de la imaginación y la realidad. Leonora Carrington fue un puente entre el surrealismo europeo y el arte mexicano, y su vida y obra continúan fascinando e inspirando a nuevas generaciones, asegurando que su visión mágica y rebelde permanezca viva en el imaginario colectivo.
