El 10 de abril de 1864 marcó un hito en la historia de México, con la aceptación de Fernando Maximiliano de Habsburgo para liderar el país bajo una monarquía hereditaria. Este movimiento, respaldado por fuerzas francesas y la Asamblea de Notables mexicanos, pretendía establecer un reinado católico y moderado.
La invitación al archiduque austriaco y a su esposa, Carlota de Bélgica, provenía de un deseo conservador por restablecer la influencia de la iglesia católica tras las Guerras de Reforma. La misión de instaurar un imperio en México provenía directamente de las aspiraciones expansionistas de Napoleón III y las ambiciones personales de Maximiliano.
Carlota, conocida por su inteligencia y ambición, asumió un papel protagonista en este episodio histórico. Su educación en artes políticas, idiomas y filosofía la prepararon para asumir responsabilidades imperiales, convirtiéndola en una figura central de la monarquía mexicana.
La llegada de los emperadores a México fue un punto de inflexión; apoyados por una considerable fuerza militar francesa, su coronación en la Catedral de Ciudad de México prometía el inicio de una nueva era. Sin embargo, la realidad fue distinta. La resistencia liderada por Benito Juárez y el retiro de las tropas francesas minaron las bases del imperio.
Durante el corto reinado de la pareja, se implementaron reformas significativas, incluyendo la Ley de Instrucción Pública y la creación del emblemático Paseo de la Reforma. A pesar de su autoridad y la promulgación de leyes progresistas, el imperio estaba destinado al fracaso, pues eran extranjeros gobernando un país que exigía liberación.
La captura y ejecución de Maximiliano en 1867 y el posterior deterioro mental de Carlota marcaron el trágico fin de los sueños imperiales conservadores. Carlota vivió el resto de sus días recluida, falleciendo en Bélgica sin ver realizadas sus aspiraciones para México.